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El Médico Invisible

Yo te aliento, tú lates.

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El Médico Invisible

Etiqueta: Anestesiólogo

Funambulista

Funambulista

“He visto suspenso en el camino del aire un hombre que tenía la planta del pie más ancha que la senda por dónde iba.” Saumaise, Príncipe de los Comentadores.

Tras cerrar los ojos por última vez, recogió de su mente la imperiosa necesidad que le abrazaba, la endulzó con la certeza de sus manos abrigadas por la experiencia, y rezó.

Ante él discurría un camino de acero. Tensado en un cimbreo hostil, firme, pero excesivo. Un rugido infernal envolvía el silencio más íntimo, aquel que destila el camino sin retorno. Un vacío que dibuja la opción de las calendas griegas, la elección acertada. La certeza de ser el ojo de halcón en cada respiración.

Al abrir los ojos, sin pensarlo, caminó. Se hizo uno con el acero, buscó la oportunidad, y sintió la profundidad del abismo. En la caída, su vida. Siguió, sin pensar, ya no podía, solo debía fluir equilibrando su ser, haciéndose uno con el filo. En su pecho la cadencia no podía ocultar la verdad. Retumbando frenético, palpitando con fuerza, trasmitiendo la presencia de su propia vida, por un camino sin retorno. Era un paso tras otro. Era una oportunidad, la oportunidad. Cada paso le llevaba al siguiente, y no había posibilidad de elegir de nuevo. Otra opción, era la última. Las sienes, húmedas, deslizaron pequeños ríos que saltaban al abrazar su cuello  y perderse tras la inmensidad.

Viento. Humedad. Una distancia para ir, igual que para venir. En el centro, se paró.

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Tres de la madrugada. El ingreso había llegado a la Unidad de Cuidados Intensivos de Anestesia pasada la medianoche. Aquel hombre no era consciente de su gravedad, respiraba superficialmente, con dificultad, queriendo vivir aún a pesar de todo. Su pulso era muy débil, fluctuaba, se batía en un devenir incierto. Tenían poco tiempo, ambos. Un camino ligado, sus decisiones soportarían sus consecuencias. Decisiones acertadas, en el momento correcto, en el tiempo exacto. No garantizaba el futuro, pero podrían mantener el presente. Así ocurría a veces. Era como caminar por el alambre. El primer paso, estabilizar el cimbreo, y para ello había que conocer la dirección del viento. Se le aceleró el pulso, una vez más. Al unísono, ambos. Tomó airé, y eligió.

Una distancia para venir, igual que para ir. Sin tiempo, caminó.

Ya no hay aliento. Es el momento del tránsito. Sabes que te has soltado. Justo tras la inducción, la secuencia te lleva a recuperar el camino de vida. Quirófano de urgencias. Nada anticipó la tormenta. El estruendo fue súbito, y tras él, solo se escuchó la cadencia firme del segundero. No se intubaba, no podía asegurar la vía aérea, no podía darle aliento. Un paso, otro paso, obligado a ventilar y seguir. Obligado a buscar la alternativa, y no caer.

Igual que para ir, una distancia para venir. Camino, sin tiempo.

“No llegamos, se va a parar”. Evita caer. Busca, tienes que encontrar el camino. Un corazón que se vacía, se extingue, lleva su cauce al mar sin retorno. Busca. Un camino, dos, canalizar un acceso central vacío, es muy difícil. Hacerlo por necesidad, una locura. Hacerlo o llegar al final, tu resilencia. Un paso, único. Llegar por encima del pulmón, sin tocarlo. Una oportunidad. Ambos unidos por un cable.

Sin temblar, otro paso. Resilencia.

Hay momentos en los que la vida te pasa varias veces por encima. Y sabes que el tiempo no es en vano. Has vivido más, y tu cuerpo se resiente. Momentos en los que el suelo se abre a tus pies, y el abismo queda suspendido en un cable de acero. La distancia que te separa de la salida, marca la vida que tienes en tus manos. Anónimo. Con la responsabilidad de recorrer o caer. Las cicatrices se marcan entreveradas de blanco por tus pensamientos. Y con premura, surgirán nuevas arrugas en tu cara, reflejo de un corazón de médico.

Resilencia, los pasos del médico invisible.

Una mordida gigantesca, una brutal belleza, una huella la del Creador. El Erie abrazado al Ontario por un cauce extenso, trenzado por la leyenda: las cataratas del Niágara. James Hardy las recorrió por un alambre en 1896. Nick Wallenda, casi cien años después, repetiría la gesta.

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Autor elmedicoinvisiblePublicado el 3 junio, 20173 junio, 2017Categorías Anestesia general,Anestesiología,Cuidados Intensivos de AnestesiaEtiquetas Anestesiólogo,Funambulista,Intubación difícil,neumotorax,resilencia,Shock hemorragico,shock séptico,UCI,Vía central1 comentario en Funambulista

Cóndor

Cóndor

Un viento gélido rasgó el silencio. De nuevo cambiaba el ciclo, una vez más las eras marcaban la nueva melodía en  el diapasón del tiempo. El horizonte se bañaba de hilvanes grises, densos como miel tejida sin prisa. La vida siempre transcurría veloz, siempre, tan solo cedía el vértigo de su devenir cuando sentía que iba a fluctuar. El tiempo, la vida. Trenzados como lenguas de fuego, que bailaban al unísono. Solo una descubría a la otra, solo, y cuando se rasgaban para separarse.

Majestuoso e inmenso, fiel a su legado, la bestia abrió una vez más sus descomunales alas. Demostrando una fuerza poderosa, apenas notó la presión de la naturaleza zaherir sus orgullosas plantas destinadas a rasgar la plenitud del firmamento. Voló. Describiendo un trazo propio de quien domina el viento, pleno de autoridad, orgulloso, solitario, señor del cielo, sabedor de ello.

Arrodillado, con la tensión propia de quien espera siempre un destino incierto, de quien ve donde nadie aún puede llegar, fibra pura en su esencia. Un arco tensado al temple de una vida jalonada de realismo. Pronto a vibrar, fijo en el horizonte, asido por brazos secos pero llenos de fuerza, como raíces profundas y terrosas. Al compás de su propio hálito, alzó la mirada sin buscar, conocía su presencia, y se fijó en la distancia inmensa como un imán. El azahar de sus pupilas prendido en el batir lejano de sus alas. Una distancia irreal, por lo certera, por lo ausente, por su propio ser compartido.

Subió y subió, poseyendo el firmamento mismo, alcanzando sus dominios de ultratumba, tiznado de nieve en sus alas, vestido al alba en su cuello, azabachado en su presencia que rasgaba el mar que baña agua y tierra. Era el vuelo de su caída. Subiría hasta casi no poder respirar, tras recorrer como aquella primera vez. Llegaría donde un tiempo atrás gobernó su coraje, su propio ser, la tempestad de la juventud. Llegaría donde hoy se agostaban sus fuerzas, tras el regalo de un tiempo extenso. Notaba su declive, volaría para partir. Y cuando coronase el cénit, cuando llegase donde pocas, muy pocas veces llegó, entonces, y solo entonces, replegaría sus alas. Bruscamente, con ímpetu, se dejaría caer con pasión, hacia las quebradas donde moriría su reinado. Porque sabía que era inmortal.

En un chasquido seco, su cuerpo se armó de un salto. Su mirada buscó de nuevo el punto guía en el cenit. Les unía la tensión de un destino. Corrió, corrió sin parar, y comenzó a subir. Montaña arriba, un páramo yermo, seco, casi sin vida. Un terreno que se asomaba hacia las estrellas, levantado hacia el frío. Nada sobrevivía ya. Siguió con la fuerza de antaño, la que ya no tenía. Sus pies descalzos, curtidos, se abrieron ante la dureza de la prueba. Y noto la humedad de su sangre tiznando sus huellas. Siguió, su pecho forzado, pero seguro, y un sabor dulzón le llegó desde su aliento. Corrió, y corrió. Apenas era ya una mota en el horizonte, pero seguía unida a su alma. Él era el Chamán.

Distancia.

Y les vio bailar. Sus ojos humedecidos, recordando su fuerza, su entrega.

En el cielo, cayendo en picado, justamente tras abrigarse  su corona blanca entre el abrazo de sus alas. Barrenando el horizonte, abrazando al sonido.

En la tierra, llegando a la cumbre, perfilando la cima, recortando al contraluz, fundido con las crestas, bailando con ellas, tensándose…sin romperse.

Y les vio llegar. Lejos, entendiendo su propio futuro. Notó como se separaban tiempo y vida. Titilaron, bestia y hombre. Se cerraron en un abrazo, en un trueno único. Y tras la cresta, el cóndor se fundió con el chamán. Llegó el silencio, y el ocaso brindando un respeto legendario, se robó toda luz.

Una última vez, yo te aliento, tú lates.

Dobló lentamente el laringoscopio. Mañana, ya no lo volvería a usar más. Apagó el monitor y cerró los rotámetros de gases. Cogió cuanto pudo, de la esencia, de la vida, miró hasta robar cada color de su quirófano. Parpadeó lentamente, para saborear olores cercanos, propios, y que caminarían ahora para ser lejanos. Al colgarse su fonendo, disfrutó del roce de un amigo más. Tiempo. Tras vestirse, cerrar su taquilla, y colgar su bata, pensó una vez más. Cuánto bien había recibido, cuánto había querido dar, cuánto habría podido dar. Podía estar seguro de una cosa, con el acierto que cada cual puede, él había sido un apasionado de su vocación, un enamorado de su especialidad.

Médico. Especialista en Anestesiología. Había sido. Y era feliz por ello, era inmensamente feliz. No quería más, no pedía más.

Tras un breve lapso, el horizonte caprichoso abrió una cortina en el plomizo cielo. Una brecha de luz tizno la cresta donde se habían fundido ambos.

Inmortal, el chamán voló de nuevo tras la estela del cóndor.

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…dedicado a mi amigo Carlos Alberto.

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Autor elmedicoinvisiblePublicado el 5 diciembre, 20165 diciembre, 2016Categorías AnestesiologíaEtiquetas Anestesiólogo,Cóndor,Chamán,Jubilación,leyenda2 comentarios en Cóndor

Yo te aliento,tú lates.

Yo te aliento,tú lates.

Caminando sin prisa, casi por casualidad me dijo:

“¿Entonces? Ponéis una inyección y os vais. No parece muy complicado”

“Cierto, dicho así parece incluso aburridamente sencillo. Pero no, no es así”

Quise en ese momento poder transmitir mi magia. Poder descubrir la multitud de vetas de luz que alcanzas, cuando te asomas al límite de la vida. Porque te asomas. La ciencia a veces nos oculta la belleza de nuestra esencia. Y ves tu serendipia.

Entre luces y cables, rostros ocultos y charlas de cotidianeidad llegas tal y como viniste al mundo. Vienes para recuperar algo que perdiste, y que será efímero, porque al final se agotará. Pero no hoy. Vas a viajar. Trataré de desconectarte, sin llegar a soltarte, para poder trabajar en esta hermosa envoltura que se nos ha dado. Por los caminos de la vida, esos ríos que te bañan por dentro, llegaré donde me lleves. Quiero dormirte, que sueñes. Pero además te robaré el dolor, me lo quedaré y lo ocultaré hasta que desaparezca.

Son pasos que miran a las estrellas, resuenan al ritmo de tu vida, y al comenzar…tu dejarás de respirar. Yo te daré tu aliento. Si te falto, te vas.

A partir de ese momento, dos latidos confluyen. El tuyo que me guía por el camino, el mío que trémulo siente lo que tu sientes.

Eso hago, a diario.

Yo te aliento, tú lates.

 

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Autor elmedicoinvisiblePublicado el 17 enero, 20168 febrero, 2016Categorías Anestesia general,AnestesiologíaEtiquetas Anestesiólogo,Anestesiología,Ventilación mecánica12 comentarios en Yo te aliento,tú lates.

En tu camino, te traeré de regreso

En tu camino, te  traeré de regreso

Si viajara en ese tren, me gustaría conocer a su piloto. Me gustaría saber qué hace, y cómo sabe lo que tiene que hacer. Incluso, me gustaría conocer sus miedos, sus alegrías, sus quehaceres…

En sus manos viaja mi vida, por un corto trayecto. Quiero llegar, y a ser posible, no quiero conocer si los travesaños del trayecto repican, o si llueve y hace frío fuera. No quiero conocer quién viaja en el vagón delantero, y si puede ser, solo quiero disfrutar del paisaje, si es posible claro está.

Hoy abriremos una ventana.

Este piloto quiere que le acompañes, ahora que descansa, ahora que tiene a otro compañero al mando de la nave.

Ven, siéntate, dime qué te preocupa, qué quieres saber. Te lo contaré, si puedo.

Bienvenido al viaje de tu vida, soy tu anestesiólogo y te traeré de regreso.

 

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Autor elmedicoinvisiblePublicado el 10 enero, 20168 febrero, 2016Categorías Anestesia general,AnestesiologíaEtiquetas Anestesiólogo,Anestesiología,Ventilación mecánica1 comentario en En tu camino, te traeré de regreso

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